
Ojo, que escribo todo esto en fechas donde vivimos en la época de la inmediatez. Si terminas comprando el libro que este portal promociona, seguramente lo harás porque Amazon Prime te lo lleva mañana a casa y porque te gusta esperar menos que la paciencia de un político en campaña cuando no le enfocan las cámaras. Tiempos raros, donde el placer está atado a un puñado de píxeles con forma de corazón que sueltan desconocidos a los que les importas lo mismo que un cenicero en una moto.
El otro día me dejó seco algo que leí: esta estrategia absurda de mendigar cariño digital. La gente, los emisarios de contenido, subiendo hasta el maldito plato de comida diario y calculando la hora de mayor actividad para soltar la foto, no vaya a ser que la vean menos. Y ahí los tienes, con el móvil en una mano y el tenedor en la otra, dejando que se les enfríe el plato para que arda en likes. Copón santo, ni comer sabemos ya!.
Si todavía te queda algo de interés en textos que ocupen más de 140 caracteres, te voy a contar otro capítulo del protagonista que apareció en la publicación de ayer (haz click aquí si todavía no la has leído). Porque, si aguantas hasta el final, igual hasta descubres que aún hay historias que merecen más que un maldito scroll.
El Land Rover Santana 1300 de Saúl no era sólo un camión. Era un proyecto, una meta, un pedazo de infancia atrapado. Con lo joven que era, mientras los demás se dejaban la vida en hipotecas [con más polímeros que un invernadero de Almería], primero la Play 4, luego la 5 y mañana la 6, como si la felicidad viniera en un taper con pegatina de caducidad, él había decidido que su sueño olía a Santana.
Ese objetivo por tener un 1300 no salió de un concesionario ni de una puja de coleccionistas etiquetado como vehículo único. No. Saúl tenía grabada la silueta de un 1300 con caja ganadera que veía cuando todavía jugaba en el patio del colegio, y ese cabrón de camión le plantó la semilla en la cabeza. Lo vio morir a la intemperie, hecho una ruina en un solar, como un mastín viejo que le cuesta andar, hasta que un día, entre la maleza y las ofertas de algún chatarrero, el Land Rover desapareció.
Muchos años después, mientras las generaciones de su alrededor invertían su tiempo en pantallas y consumibles programados para caducar, Saúl, gracias al esfuerzo de madrugar y al Land Rover Santana de la historia anterior, fue apartando euros como quien guarda tornillos que sabe que algún día encajarán. Cojones si los encajó. Encontró un 1300 que pedía auxilio a gritos, con más necesidad que Manolete en Linares, y ahí se tiró de cabeza.
No era sólo restaurar un camión. Era levantar de entre los muertos una forma de entender el trabajo, el esfuerzo y la permanencia. Tanto se metió en la historia que acabó encontrando una foto donde salía aquel 1300 original con el objetivo de replicarlo, y visitando el solar donde había pasado sus últimos días, cual perro muerto de hambre (te lo creas o no), entre las malas hierbas que parecían una jungla de maleza, encontró una pieza. Una mísera pieza oxidada del puzzle que llevaba años repitiéndose en su cabeza. Con ese trozo de hierro sacó el color exacto y lo replicó en su restauración, con el mismo cariño, los mismos principios y la misma fe que también sostienen cada página de este libro.
Que sepáis que el 1300 está andando y que cuando arranca, tiembla el suelo, silencia cualquier otro motor en dos manzanas. No suena a camión: suena una bofetada al plástico barato, a la vida de usar y tirar, a los sueños que caducan cada Navidad cuando sale un modelo nuevo. Ese 1300 no es para posar al sol en una feria, ni para encontrar Likes en TikTok. Es para cargarlo hasta el eje, para sudarlo, para dejarse la espalda en cada porte. Es la prueba de que todavía queda gente que sueña con cosas que pesan, que llevan travesaños macizos de sentimientos y que exigen manos, no conducción asistida. Hierro que no entiende de modas, sólo de caminos, de dejarse la piel y de sentido común de cosecha propia.
Este libro está escrito con las tripas, con el mismo interés y cariño con el que Saúl se enfrentó al 1300. No es sólo un manual: es una forma de decir que todavía hay sueños que se construyen con esfuerzo y valores que no caducan. El objetivo del libro, es ayudarte en ese camino.

Deja una respuesta